Nunca hemos contemplado nuestro rostro directamente: sólo lo conocemos a través de los reflejos y las imágenes, lo que es lo mismo que decir que nos conocemos a nosotros mismos viendo algo que no somos. Jacques Lacan (y otros psicoanalistas) denominaba a este fenómeno el estadio del espejo. Esta puñetera paradoja hace que, mientras nos contemplamos, percibamos esa imagen como algo ajeno a nosotros mismos. Somos ante nuestro álter ego, entes ficticios. Lo curioso es que existe un test para comprobar cuándo un niño conoce su propia identidad (denominado, precisamente, el test del espejo), que funciona de la siguiente manera: se le mancha a un niño la cara con un poquito de tiza o de pintura. Si el peque se mira al espejo y hace por limpiarse, significa que el niño tiene propia conciencia de sí. Y ya la hemos vuelto a armar. ¿Cómo podemos reconocer nuestra propia identidad si nos estamos viendo al revés? Yo he vivido una experiencia muy dolorosa en sentido inverso: la última vez que mi madre bajó en un ascensor conmigo se puso a hablar muy afectuosamente con una señora en el ascensor: «¿Nos conocemos de algo?», le dijo. No se reconoció a sí misma. En ese momento comprendí, viéndola, que veía a las dos. Y que ninguna de las dos era auténticamente mi madre. Ella, Delia, (su mente, su conciencia), no se reflejaba ya en ningún espejo: había huido de su cuerpo hace tiempo. O quizá no, quizá se haya escondido en el interior de nosotros mismos.
Si cruzáramos el espejo, entraríamos en otro mundo, como Alicia. Y como es un mundo ficticio, nos sumergiríamos, por fin, de una maldita vez, en el mundo de verdad. Mientras tanto, seguimos mirando reflejos, nos acercamos, miramos nuestra cara, cada vez más exigente con el paso del tiempo. Y se nos olvida que estamos en la feria, que nos metemos por el laberinto de los espejos, que nos vemos desde todos los ángulos posibles… y que ninguno somos nosotros. Yo, al menos, no me reconozco. Tiene cojones la cosa.
esto me sirve para mi proyecto fotográfico!… genial!