No sé qué es más real en esta fotografía (que fue tomada en abril de 2005 por mi hijo Alberto). Si el Windsor, ese rascacielos emblemático del cielo de Madrid, o las fotografías de las modelos que acaparan la fachada de El Corté Inglés de La Castellana. La magnificencia del coloso quemado y en vías de demolición, o las modelos, que nos miran desafiantes, altivas. Esperando que la ebriedad de la verticalidad no les llegue ni a la altura del vaporizado sobaquillo. La foto de la espera paciente dentro de la esfera de decrepitud del poder. No somos nada, diría alguien. O somos eso, lo somos todo: cochambre engreída, subida al tiesto cercano al cielo y desvencijada por la grúa de la realidad, que nos deja echos polvo, a pie del mantillo y del asfalto. La publicidad, eso sí, siempre queda. Como El Corte Inglés. Ése, es para siempre.