Ya decía yo a amiguetes, alumnos y conocidos varios que esto de las relaciones entre ficción y realidad está más reñido de lo que parece. Y una encuesta realizada por la cadena británica de televisión UKtv lo corrobora: un porcentaje bastante alto de británicos no tiene muy clara la frontera entre una y otra, ya que piensan que unos cuantos personajes ficticios son reales y que otros, de carne y hueso, son más falsos que el cartón. Algunos se escandalizarán, hablarán de la deficiente formación de los aislados isleños, de que esto es el caos. Patatín, patatán. Yo creo que es un signo muy evidente de los bríos, fortalezas, flaquezas y miserias de nuestra cultura. Y creo también que las personas no atribuimos realidad a nuestros conocimientos porque estén basados en algo que ha pasado verdaderamente, sino que atribuimos consistencia real a lo que ha cautivado poderosamente nuestra imaginación (o nuestro imaginario cultural, que queda más chulo). Así, Ricardo Corazón de León es el primero de los personajes reales convertidos en ficción y Robin Hood es el tercero de los personajes ficticios que, para muchos británicos, campaba a sus anchas por los bosques de Sherwood. Y me parece de lo más normal, si pienso en la maravillosa película de Michael Curtiz. Las peripecias, contenciosos-administrativos solucionados a base de flechas y espadas, amores y desamores de Errol Flynn (cuya vida ya no se sabe si es real o es una ficción novelesca de espías, voyeur empedernido, pianista priápico y alcohólico pillete e irredento) en la peli le han convertido para mí en un ser mucho más real que el magnificente y algo hierático Ian Hunter. Los reinos de Arturo, Merlín y Morgana en Camelot son mucho más creíbles (por mágicos) que los pagos valencianos de Zaplana (personaje, obviamente, de ficción y caricatura: esto no lo dicen los británicos, lo digo yo). Dickens es para los entrevistados más un personaje de Dickens que un autor genial. Robinson Crusoe es un patrón perfecto para un reality show ambientado entre las penurias y el deseo de superviviencia. Y Cleopatra y Gandhi son personajes con vidas tan ficcionales (que no ficticias) que pueden pasar por reales. En el fondo, de Cleopatra tenemos una imagen muy novelesca, cepillándose a romanos y bien blanquita. Y lo de Gandhi, un personaje capaz de conseguir la independencia por medios pacíficos no se lo creen Otegi, ni Barrena, ni toda la banda junta.
Total, que Winston Churchill, un político metido a Premio Nobel de Literatura es toda una ficción: no en vano, es tan socorrido para las citas (reales o apócrifas) como los personajes de Shakespeare. Y Sherlock Holmes es un gran vecino del inexistente (pero que existe) 221B de Baker Street. Normal: es raro, solterón, toca mal el violín, se chuta cocaína en vena con recetas médicas a cargo de Watson y tiene enemigos con dos cojones. Ah, se me olvidaba: y resucita, que es lo más importante.
(La fotografía del museo de Sherlock Holmes es de gailf548; la de la habitación Winston Churchill, pertenece a la página web del Churchill Museum)
Está claro. Cervantes nos ha dado lecciones de todo. El Quijote sí que es un best seller. Vertical, horizontal y lo que haga falta. Lo demás, pamplinas. Con complejidad y con simplicidad. Una lección de sabiduría y de llaneza.
Cervantes tenía más razón que un santo
Me he reido un rato Raúl, lo de Gandhi, y E.T.A. ha sido todo un puntazo.
Bueno a ver si nos vemos mañana, espero que hallas pasado un buen carnaval.
un abrazo