Sigo con pequeños recuerdos para salvar pequeños momentos para salvar en el recuerdo algunos instantes de mi madre (I), pero antes me gustaría agradeceros vuestro apoyo y vuestra cercanía. No obstante, prefiero que sigáis haciendo (si queréis) eso: un brevísimo apunte, aunque sea en vuestro recuerdo y no lo escribáis, sobre vuestra madre.
Cuando vivíamos en la calle San Agustín en Burgos, mi hermano y yo dormíamos en la misma habitación. Pese a la diferencia de edad (el era siete años mayor), nos gustaba liarla con alguna que otra batalla de almohadas, juegos clandestinos y a deshora con soldaditos y tanques, o travesuras mil. Al poco, y avisando desde el pasillo, llegaba mi madre, aparentando estar enfadadísima: nos propinaba un par de zapatillazos (se quitaba la zapatilla con soltura, elegancia y, sobre todo, con una enorme rapidez). Siempre se aseguraba de que hubiese mantas de por medio. Se marchaba siempre con una sonrisa apenas disimulada, de esas que quita la severidad con la blandura.
Aunque comento estas entradas haciendo un pequeño inciso (terapéutico) sobre las entradas dedicadas a mi madre, os agradezco que hayáis recuperado esos momentos conmigo. Ya sabéis: madre, no hay más que una.
Creo que cuando yo era pequeña tenía la costumbre de andar descalza en casa. Mi madre me perseguía diciéndome: "¡Ponte las zapatillas!"
Como soy antigiua, cuando era pequeña, no veíamos la televisión, sino que escuchábamos la radio. Ya que mi cumpleaños es por Navidad, mis padres mandaban mi carta a los Reyes para que la leyeran justo en ese día y Melchor (mi rey favorito) al leer mi carta por la radio me recordó que debía ponerme las zapatillas. Aunque yo era muy pequeña, recuerdo mi sensación despanto al oírlo porque, efectivamente, estaba descalza en ese momento. El resto de la anécdota lo recuerdo porque me lo contaba mi madre. Años después mi madre se atrevió a decir que ella también andaba descalza por casa y también lo hace mi hija. Debe de ser hereditario.
Metiéndome a última hora en el colchón que se ha ido conformando para amortiguar la pena aporto mi recuerdo.
El olor y la sensación de que te limpie la cara con su pañuelo de tela mojado con su propia saliva cuando jugábamos todos los hermanos en el parque de la (ex) Cruz Roja.
Es una costumbre que todas la madres deberían conservar para las futuras generaciones.
aun recuerdo -mi casa era humilde y carecíamos de calefacción- la preocupación de mi madre porque todos tuviéramos, en el duro invierno, una bolsa de agua caliente en la cama
aun, en la noche, busco ese calor de la infancia
Lo que recuerdo con más cariño es cuando era muy pequeña, tan pequeña que el sofá me parecía enorme y allí me dejaba mi madre dormir la siesta sola en casa, mientras ella iba a la escuela de las gitanas a enseñar a coser. Me decía que no abriera a nadie y eso es lo que hacía yo: cuando llamaban, iba a la puerta y decía: "no hay nadie". Al menos eso me contó hace tanto tiempo…
Prefiero estos recuerdos porque los duros los tiré al mar hace algún tiempo.
Así me mantengo viva! 😉
Un saludo,
La jero