La historia que comienza en estos instantes acabó siendo triste, pero el final nada importa. He dedicado mi vida entera a contar los finales desolados, las esperas infinitas, el amor devenido en locura, la insensata lágrima del adiós. Era un lejanísimo día de verano, cuando aún era joven. Miraba al mar en el rompeolas, con la brisa como único testigo. De repente, sin que me diese cuenta, una voz sonó a mi lado: «Los pensamientos la mar los encierra, porque se componen de sal, bruma y agua. Mira a la piedra y pide tu deseo». No se me ocurrió volverme. Tan sólo atendí a esa voz calmada que emitía esas palabras insondables. Me limité a seguir el juego: «El deseo que pido es que sal, bruma, agua y piedra unan sus fuerzas, sean consistententes y formen unos versos convertidos por mis manos en poema». Mi petición sonó categórica y firme. Ella contestó: «Así será». Nuestra miradas, al fin, se cruzaron. Su rostro era reflejo de sus palabras. El sosiego melodioso recorría sus mejillas en un gesto adusto pero sonriente. Sus ojos miraban fijos hacia el fondo del alma, sin dar siquiera un respiro a lo contemplado. El pelo oscilaba frente al mar y echaba su cabeza hacia atrás respirando hondo: «El mar es lo primero, pero si tú dices que lo azul es azul, entonces, ciertamente, no será negro».
(La foto pertenece a heidigoseek)
a veces, Raúl, un buen adiós triste vale una vida
saludos