Estaba apoyada en la baranda, junto al mar, y sus ojos reflejaban la inseguridad aparente de quien no es amigo de la razón. Como quien espera la noche, su espíritu oscilaba musitando palabras que sólo ella escuchaba, que sólo ella entendía. Se preocupó por el espíritu de los muertos, por el sueño de los peces de los hondos mares, por la enloquecida presencia de las heces en el infinito, por el resabido tronar romántico de los poetas, por esa esencia que no existe, por ese hombre que no desea, por el álgido temblor de los latidos inmunes al ruido. Musitaba palabras en las que no mencionaba la vida: el Arte; sólo el Arte. Buscaba, mirando al mar, todo la belleza sin natural, buscando su parangón en cuadros y poemas. La escena de la película amada recorría su memoria; el compás inspirado por el cúmulo tremendo. Y con un suspiro a medias encogido bajaba la cabeza y pintaba el aire. De repente, se dirigió a mí y quiso indagar en la razón y las ideas; yo me limité a alejarme, paseando, mitigando mi ser entre la niebla.
Paradojicamente, sin comentarios. Es simplemente bello.