Presumía de que nunca había un roto un plato: no sé si constituía un criterio doméstico o una norma moral, pero era esmeradamente cuidadoso con los enseres de la casa. Bueno, igual había roto alguno, pero hace tanto tiempo que ya ni me acordaba. El caso es que, desde hace unos meses, he roto bastantes: concretamente, en la última semana, mi vajilla cuenta con tres piezas menos. La foto que encabeza la entrada da cuenta del último plato difunto. Creo que esto tiene que tener una explicación: por lo menos, mi cabecita ronda y ronda intentando buscar la razón. Descuido. Desinterés. Ineptitud. En definitiva, me encuentro como un elefante en una cacharrería, dando tumbos que destrozan los frágiles materiales que están al alcance de mi torpeza. Pensando,pensando, al final la cosa se pone peor. Yo soy de letras, así que no sé nada de física. Sólo me apasionan esos nombres que pueden ser fuente de títulos de espléndidas novelas: Principio de incertidumbre, Teoría del caos (éste es mejor para un poemario), El efecto Doppler, Constante cosmológica… Y, pensando, pensando, recordé el segundo principio de la termodinámica, aquel de la entropía, que venía a decir que es muy poco probable que un hipotético orden inicial vuelva a reconstituirse. Es decir, aplicado a mis platos, que es prácticamente imposible que un plato roto, arrojados sus pedazos otra vez, mil y una veces, vuelva a conformar el cosmos inicial. Pensaba en mis pobres platos, en los pocos que me quedan. Qué miedo. Tendré que andar con cuidado la próxima vez que me ponga a fregar.
Pues no andas desencaminado, Pedro, por ahí van los tiros.
¿No será un deseo subconsciente de cambiar de vajilla?