Al final,
merece la pena mirar hacia atrás,
comprobar los pasos perdidos
por el largo pasillo de las sombras.
Merece la pena toparte con errores
y desencuentros,
con un par de enemigos
agazapados en el callejón del olvido.
Merece la pena sonreír
ante tu ignorancia y tu candidez
y sorprenderte a ti mismo
con tu mal carácter, tu mala leche.
Merece la pena recordar
algunos episodios médicos acabados en itis
que te revelan como mortal
y superviviente.
Merece la pena recodar
ciertos baches familiares,
naufragios y muertes,
que permaneces aún en pie,
resistente a tu propio destino.
Al final, merece la pena soñar.
Quizá encuentres algún día
un mundo distinto
–pero parecido: muy parecido–
a este, al que vives hoy mismo.
(Esta es la última de las entradas que apareció en el primitivo Verba volant. Como no era mucho el trabajo acumulado, decidí importar estas entradas para que desde este dominio puedan consultarse todas las entradas del blog)