El día que la vida de Alvaro von Peregna fue obsequiada con un colosal premio de lotería constituyó uno de los momentos más desasogados de su existencia.
Alvaro von Peregna constituye, por sí mismo, uno de los más sólidos pilares de la sociedad del distrito bajo sajón de Osnabrück, en la localidad de Merzen, donde la familia Von Peregna detenta un poder que va más allá de su dinastía para erigirse en todo un referente para su población. Tras unos momentos difíciles, cuando el castillo familiar tuvo que ser parcialmente reconstruido tras los ataques de las fuerzas aliadas, el imperio familiar retomó el brillo que había tenido su origen en el comercio en la Edad Media con la «Liga Hanseática». El nombre de la dinastía está envuelto en el misterio: los expertos en genealogías están divididos entre la raigambre rumana, de difícil explicación histórica y la más plausible estirpe italiana, fruto de la huida de un eximio miembro de una familia acaudalada por un crimen pasional a través de los Alpes. Sea como fuere, lo que sí es segura es la procedencia española del nombre de pila de nuestro personaje: su abuelo materno era un experto conocedor de la literatura romántica. La mala suerte hizo que cayese en sus manos Don Álvaro o la fuerza del sino del cordobés Ángel de Saavedra Fajardo, más conocido como el Duque de Rivas. El anciano recitaba a voz en grito pasajes de la obrita con una interpretación un tanto desequilibrada debida a su nula capacidad para dar una voz creíble a los personajes femeninos. Oír los diálogos de doña Leonor con el protagonista masculino con un tono propio de un bajo convertía la obra, ya de por sí un dislate, en una especie de vodevil de travestidos. Pero esa, quizá, sea otra historia. El caso es que el abuelo contagió su devoción por el personaje a su hija, que abogó por el nombre de Álvaro, frente a la opinión de su marido, que quería seguir la dinastía de los Wilhem von Peregna.
Se encontraba nuestro personaje de viaje de placer en la isla frisia de Borkum cuando uno de los empleados del Hotel le entregó un sobre que una joven señorita había dejado a su nombre. Dentro de ese sobre había un papelito en el que, con trazo firme y decidido aparecía la palabra Suerte. A ese papel se adjuntaba una sarta de papeles a los que Von Peregna otorgaba un significado difuso, dado que no compartía la pasión de su abuelo por los clásicos de la literatura francesa, italiana o española. A su vuelta, consultó a su amigo Jan Paeternus, filólogo clásico versado también en lenguas extrañas. Su estancia reiterada (y para nuestro personaje totalmente incomprensible) en campings de la Costa Brava española le hacían conocedor de las costumbres de este país. Era un seguidor compulsivo de las fiestas de animación del terreno campista, que él mismo se encargaba de finalizar con un «¡Viva Espagggnnna, viva tu padrrrrre!», dicho lo cual todos sus compatriotas se retiraban, tristes, a lavarse los dientes.
El tal Jan Paeternus comunicó a nuestro ya conocido Alvaro von Peregna que se trataba de participaciones de lotería españolas para el sorteo del Gordo de Navidad. La primera impresión de Von Peregna fue la del rechazo asqueado, que procedía de la interpretación de que podría ganar una persona con sobrepeso, defecto que él denostaba por encima de todos. Era un tipo delgadito, tirando a moreno para lo acostumbrado en aquellas latitudes, de andares pausados y voz plácida.
La obsesión de Von Peregna, a partir de entonces, fue la de encargar una suscripción mensual a un periódico español a lo largo del mes de diciembre (los sucesos que narramos tuvieron lugar en el año de Gracia de 2004. No sabemos por qué era de Gracia, pero quizá es una afirmación que, en un futuro no muy lejano, nos lleve a emprender otra narración). No era Herr Alvaro una persona amistosa con las nuevas tecnologías. Otro conocido suyo le creó una cuenta de correo, con un nombre relacionado con una obra de Valéry. Él, ilusionado, distribuyó cientos de tarjetas de visitas con esa dirección, que no llegó a abrir jamás. Las declaraciones de amor, los negocios perdidos y las amistades rotas que esa ruptura con la tecnología derivó tampoco pueden tener cabida en la presente historia. Su amigo le indicó que el día de marras el periódico tendría un anexo con las numeraciones premiadas. A su localidad le llegaba el periódico extranjero con cinco días de rechazo. El día que llegó el periódico esperado se encontraba con su amigo Paeternus tomando un delicioso licor destilado en una localidad de los alrededores. Un número inundaba la portada del diario y, como el lector puede ya sospechar, era el número que una desconocida había regalado misteriosamente a nuestro personaje.
Una mezcla de incredulidad y estupor se instaló en la mente de Von Peregna. Él sólo creía en la suerte de su hacienda y de su familia, forjada por los siglos y no por el espantoso bombo que aparecía en la foto, con unos niños sonrientes que portaban unas bolas diminutas en sus manos. No obstante, y en contra del consejo de sus abogados, que afirmaban que podía realizar todos los trámites desde Alemania, decidió trasladarse a España para efectuar las gestiones del cobro de una nada desdeñable cantidad de euros.
Acompañado por su inseparable amigo, y optando por un interminable trayecto en coche, se presentaron en territorio español ya entrada la noche del día siete de enero. Su amigo insistió en detenerse en un bar de carretera para tomar un tentempié cuando la vida de Alvaro von Peregna cobró un sentido distinto y desgraciado por culpa de un pincho de tortilla. Pero esa es la continuación de esta historia, y me temo que los ansiosos lectores tendrán que optar por la paciencia.
¿Provocar 4 años de impaciencia no es crueldad?
Álvaro von Peregna dijo…
Yo no seré Matilda Turpin, pero desde luego que el "¡Viva Espagggnnna, viva tu padrrrrre!" me ha provocado una extraña sensación de fortunio.
Grata sorpresa.
¡Un abrazo!
(Os dejo, que tengo al abuelo haciéndose la pedicura y parece un cocodrilo con tanta descamación… El polvo que levanta el 'jodío'.)