Emilio Lledó nos brindaba hace unos días en El País Semanal un espléndido artículo sobre la belleza a propósito de la exposición «Entre dioses y hombres» en el Museo del Prado. Recordaba Lledó que la experiencia estética se desencadena gracias a la thaumasía, palabra griega que ronda entre nuestro asombro y nuestra admiración. La thaumasía está en el origen mismo de lo humano, porque nos lleva a no asumir las cosas como sobrevenidas, sino que nos impulsa a pensar en/sobre ellas y disfrutarlas. No en vano, Aristóteles nos decía en su Metafísica que el origen de la filosofía está la admiración, en el asombro casi infantil que nos deben suscitar las cosas.
Parecerá sin duda algo un tanto desquiciado y pasado de rosca el que, ahora, hable de las aventuras de Los cinco escritas por Enid Blyton. Junto con los tebeos, las aventuras juveniles de estos cuatro chicos y el perro Tim iniciaron mi encuentro con la ficción por el camino de las palabras. Ese encuentro parece pueril desde la atalaya de unos 42 años sobradamente cumplidos, pero fundó el ilógico -y por eso mismo, más-que-lógico- universo personal del que vive también por medio de los libros. Mi infancia extendió sus horizontes también hacia la Isla Kirrin, socavada por pasadizos secretos y erosionada por las páginas que, una a una, fueron enriqueciendo mi mundo, un mundo hasta ent0nces demasiado estrecho de una capital de provincias. De entre todas las cosas que recuerdo, os parecerá más infantil todavía que tenga en mi memoria una frase que le dice Julián a George (Georgina): «Un penique por tus pensamientos». Leí y leí esa página y sus precedentes porque había descubierto el interés hacia el otro, hacia la admiración -más allá de los actos- que constituye nuestro pensamiento. Luego he escuchado y leído esta expresión -tan corriente sin yo saberlo, en mi ignorancia- cientos de veces. Mi admiración, mi asombro, no fue otra que la eterna pregunta, la indagación sobre el interior de las personas y las cosas, la búsqueda no interesada por el envés de los demás, quizá la única manera válida de conocer y desvelarnos a todos como seres humanos. Mi admiración, mi asombro –he de reconocerlo– era más que puerilidad: era ignorancia. Pero ese –también– es otro escalón en el ascenso del conocimiento. Va por nosotros, por la Isla Kirrin y por todos aquellos seres que pasan de largo sin haberse delatado. La thaumasía, todavía.
(Imagen de Shioshvili)
Buenas tardes, Raúl Urbina:
¡Qué sagacidad en unos niños!. "Un penique por tus pensamientos", cuando esa moneda representaba todo el tesoro que se posee. ¡Qué acertada inversión!.
Y de mayores: ¿Daríamos todo por los pensamientos del otro?.
¡Cuántos errores y malentendidos evitaríamos!.
Saludos.
yo no era tan metafísica en estas lecturas… A mi me apasionaban las merendolas que se daban. Se ponían morados. Será que cada uno busca lo que le falta 😀
en fin…
También he comprado la redicicón de esta obra (pero de tapa blanda y papel reciclado, nada que ver)
¿Por qué no citar a "Los 5"?
Uno de mis mejores amigos construyó su infancia con ellos. Gracias a esos libros, pudo encontrar un mundo apasionante.
Por cierto, con 42 años… nunca vas a ser más joven 😉
El asombro, la admiración, la curiosidad… que pena ir perdiendolas con los años. Es el mayor sintoma de enfermedad mortal. Pero aveces cuesta tanto mantenerlas…
Admiración me producen tus textos, siempre son una sorpresa que provoca mi asombro. Aprendo la palabra Thaumasía y la escribiré con mayúscula por darle el estatus de muy respetable. Yo también descubrí Los Cinco en mi infancia, entre los 10 y los 11 años devoré todos los títulos que cayeron en mis manos. Recuerdo muchos asombros de entonces, pero hace poco tuve la oportunidad de ser espectador de este mismo fenómeno en mi hija, que disfrutaba con las aventuras de los amigos en la Isla Kirrin hasta dejar olvidada la consola, todo un síntoma. Fue gracias a una promoción de esas que llegan al quiosco, hace sólo unos meses, me alegró mucho percibir reflejada en ella esa emoción que creía tan tan personal.