Leo que un japonés encuentra a una mujer que vivía en su armario desde hace meses y lo primero que me viene a la cabeza es que el mismo Juan José Millás no daría crédito a sus ojos: por fin la ficción y la realidad, las vidas de los personajes y de las personas, unidas como esos cordeles enredados en el bolsillo de los que él suele hablar. En Ella imagina (y en otras obras de Millás) aparece la obsesión de este autor por los armarios (pueden leerse algunos extractos de la obra aquí) y allí nos decía que en los armarios de tres cuerpos se produce la preocupante sensación de que «apareciera dentro algo distinto a lo que esperábamos los de fuera» , armarios «tan oscuros como un pozo». A veces, los armarios tienen unas dimensiones espaciales diferentes a las convencionales, ya que no se sabe «a dónde conducía el interior de este armario, pero desde luego no se acababa allí. A veces, tiraba piedras dentro y acercaba el oído, pero nunca las oía caer de profunda que era aquella tiniebla». En un artículo de prensa, Millás llega a afirmar la distinta dimensión espacial de los armarios, en los que transcurre un «tiempo oscuro».
Pero la vida armariada de Tatsuko creo que transgrede aún más los límites del espacio y del tiempo. Me la imagino los lunes, mecida por las camisas blancas y azules; los miércoles, agazapada en las chaquetas del lana; y los sábados, recostada entre la elegante suavidad de las corbatas de seda hechas a mano, enroscadas en su cuello como serpientes palpitantes. La noticia dice que vivió allí durante todo un año, pero no todo el tiempo. Yo no sé lo que quiere decir, probablemente sea que no vivió allí de continuo, pero también podría ser que ella permaneciese un año allí, y viviese a ratos. Los momentos de tiempo congelado, en la que ella engulle pañuelos para hibernar sus lágrimas del alma; los breves espacios de reposo y soledad, cuando abre el armario para cerrar el mundo, o cuando cierra el mundo para abrir el armario. Tatsuko respira el aire viciado del armario, mezclado con el olor de la naftalina, del mismo modo que el buzo sumergido en el agua respira mayor cantidad de nitrógeno cuanto más cae en los pozos abisales. Si piensa que ya es demasiado y cunde el pánico, ansía salir rápidamente a la superficie para respirar un aire que quizá ya no le pertenezca. El armario, ese mueble de los chistes zafios de cornudos o de los dimes y diretes homosexuales, se ha convertido en un espacio para la poesía, para la vida y la ficción. Tatsuko viviendo en el pozo sin fondo del tiempo y en el eterno deambular de los espacios llenos y oscuros. Tatsuko, tú sí que tienes que saber lo que hay en el fondo de la vida.
(La imagen es de Deniman)
De estos japoneses me creo cualquier cosa… Besotes, M.
Que se entere uno que tiene un señor en el armario, ya da miedo, pero que sea tipo a lo que apunta Blogo, es para meterse en el armario con él y cerrar por dentro.
La noticia causa hilaridad en un principio.
Pero reflexionándola por cajones, esta persona no era persona, sino rata, cucaraca, parásito de la comodidad ajena. ¡Qué tristeza de mundo!
Al comenzar a leer me la noticia me estaba imaginando ya algo de este estilo
http://www.youtube.com/watch?v=e8R1dODSbzU
y luego como siempre la normalidad anuló el misterio…